Alejandra Pizarnik (1936-1972)
Siempre me ha sorprendido y me ha hecho reflexionar el número tan elevado de poetas que han acabado sucidándose. Nadie duda de que la Poesía es sinónimo de trascendencia, el lugar donde los grandes temas de la Humanidad se van tejiendo y se nos muestran: la vida, el amor, la pérdida, la celebración. Pero a veces parece que la Poesía es un territorio habitado tan sólo por la muerte. La obsesión de la propia muerte en muchos poetas.
He encontrado en internet estudios psiquiátricos que hacen alusión a este tema "poesía y suicidio" y aportan conclusiones como el del estudio siguiente:
(de http://www.psiquiatria.com/articulos/psiqsocial/20258/)
"Resumen
Precedentes: La frecuencia de intentos de suicidio o suicidio consumado entre los poetas es muy elevada. Se han aducido diversas explicaciones para ello, como la alta incidencia de depresión, la gran frecuencia de rasgos anómalos de personalidad, la concurrencia de consumo de sustancias, el estilo de vida “bohemio”, o los efectos de la propia poesía sobre el estado anímico de los poetas.
Metodología: Para analizar el tema se revisan las biografías y producciones artísticas de 67 poetas que murieron por suicidio, y se analizan los métodos empleados, así como las referencias propias o de otros autores anunciando o describiendo su próximo suicidio, así como las relaciones con variables demográficas y climáticas.
Resultados: Los métodos de suicidio más utilizados con la intoxicación por sustancias y las armas de fuego, aunque en conjunto los métodos traumáticos superan a los tóxicos. La época del año predominante es otoño-invierno. Las referencias en su obra a la muerte y el suicidio son constantes, y casi siempre próximas a la fecha del suicidio, anunciándolo en muchas ocasiones. Más del 50 % tenían antecedentes psiquiátricos o estaban en tratamiento. En la mayoría es posible encontrar indicios sugestivos de trastornos de personalidad.
Conclusiones: El riesgo de morir por suicidio en los poetas es muy elevado; los problemas de personalidad, la comorbilidad psiquiátrica, la dedicación “obsesiva” a la poesía y la época invernal, son factores asociados con dicho riesgo."
Da un poco de miedo la conclusión que aporta: "el riesgo de morir por sucidio en los poetas es muy elevado."
Inquieta, ¿verdad?
Pero la poesía no deja de ser una respuesta, una forma de sublimar el sufrimiento, una forma de terapia. Y la poesía, a pesar de lo terrible de la pérdida, del deseo incumplido, del dolor, de la tristeza... no te deja indiferente.
Este tema de "poesía y suicidio" me anima a conocer quiénes fueron los poetas suicidados, los que cuento también entre "mis poetas" y a publicarlos en este blog.
Hoy quiero hablar de Alejandra Pizarnik. Poeta argentina que murió a la edad de 36 años. Tal vez la elección de Alejandra para inaugurar esta lista responde a una coincidencia, la de su fecha de nacimiento, que como el mío ocurrió un 29 de abril.
Dice su biografía:
Flora Alejandra Pizarnik nació en Avellaneda, un inquieto suburbio de Buenos Aires, el 29 de abril de 1936. Allí quedaron los juegos infantiles de Buma, Flora en idish, como la llamaban sus padres. Era la segunda hija de un matrimonio ruso de ascendencia judía. Allí quedó también su paso por la Escuela Normal Mixta, donde todavía hoy resuenan sus rebeldías y complejos de adolescente. El desarraigo de Pizarnik, provocado por esta falta especial de raíces nacionales y locales, se relaciona con el sentimiento de exilio que recorre sus poemas y que no la abandonó jamás.
En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un periodo de titubeo académico. Ese mismo año ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Comienza también a estudiar pintura, con Juan Battle Planas, quien contribuyó a la evolución de sus conceptos sobre poesía, y a su modo tratar la distribución del texto sobre la página en blanco, como una forma, un dibujo.
Es su padre quien costea su primer libro, La última inocencia (1956), e incluso llega a abonar los honorarios del psicoanalista que intentará poner en orden el desván sentimental de Alejandra. De hecho, ni la pintura ni la poesía bastan como terapia, y ella experimenta el breve y peligroso fenómeno psicodélico de las anfetaminas. También cura el dolor con analgésicos y frecuenta los somníferos para escapar de la vigilia nocturna.
Por entonces ya está muy relacionada con poetas contemporáneos suyos como Rubén Vela y Clara Silva.
En 1958 publica Las aventuras perdidas, que lleva una ilustración de Paul Klee, quien fue con Hyeronimus Bosch su pintor favorito.
Por esta época inicia su amistad con Olga Orozco, que durará hasta su muerte. A ella dedica su poema “Tiempo” del mismo libro. Otro poema, “Exilio”, está dedicado al poeta Raúl Gustavo Aguirre. En este libro ya aparece explícitamente una temática que desarrollará más tarde hasta la exasperación: la noche como realización y la luz como negación de vida.
Su mundo es generalmente amargo. Una vida definida como un dolor vehemente, una absoluta desesperación. Para Olga Orozco, su pesimismo de esos años tiene que ver con sus fracasos amorosos, y la muerte del poeta colombiano Jorge Gaitán Durán, por quien sintió un enamoramiento profundo.
Termina así una primera etapa de aprendizaje y se cierra un ciclo. Comienza su segunda etapa —la etapa de París— que dura cuatro años, de 1960 a 1964, y que la lanza a un escenario internacional, a nuevas perspectivas y a una maduración personal, que hará que pertenezcan a esta época la mayor parte de sus poemas antológicos. Es en París donde conoce a Octavio Paz y a Julio Cortázar, amistades que continúa hasta su muerte. En esta ciudad desarrolla una actividad múltiple: es redactora de la revista "Cuadernos", pertenece al comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles, y conoce a escritores de la importancia de Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues y Henri Michaux. Su pasión por París durará hasta su muerte.
En el año 1965 regresa a Buenos Aires y aparece un nuevo libro, Los trabajos y las noches. Con esta obra obtiene el Primer Premio Municipal. Corresponde a su época de plenitud, y son poemas escritos, en su mayoría, en París. Tanto en Árbol de Diana como en Los trabajos y las noches hay poemas de esperanza, de certeza. El libro está recorrido por una luminosidad que no volverá a lograr nunca más.
En Los trabajos y las noches también hay desesperanza; son poemas de gran intensidad, y de gran rigor. Con este libro obtiene el premio Fondo Nacional de las Artes, y el Primer Premio de la Municipalidad de Buenos Aires. Es el inicio de sus obsesiones y delirios, pero no se harán evidentes hasta la última etapa de su obra.
Sus tendencias obsesivas se agudizan hacia el final de su vida. Sobreviene una etapa de marcada melancolía, y la sombra de la locura desquició sus últimos años. Aparecen entonces sus libros: Extracción de la piedra de locura (1968), y El infierno musical (1971). Ya todas, o casi todas las imágenes de estos libros son de desgarramiento y de alienación. Es un período de intensa depresión. En El infierno musical ya hay imágenes de principio de locura y aparece explícita la idea del suicidio: “triste como sí misma / hermosa como el suicidio” El suicidio está descrito en su obra con placer, como si el suicidio —el no ser— fuese un triunfo.
Termina sus días viviendo en un mundo de tinieblas: Rechazaba la luz, y vivía de noche. Sale del hospital, después de una estancia de cinco meses en Enero de 1972, y en una carta a Juan Liscano se advierte su desequilibrio: “En Buenos Aires no aceptan que una poeta tan pura tenga necesidades. Oh, que se vayan a la mierda”.
Alejandra Pizarnik se libera, en su poesía y su vida, cuando elige el suicidio como salida de elección.
Enrique Molina, que tanto y tan bien la conocía, escribió sobre ella que “no tenía salvación: no había aprendido a mentirse, a resignarse, a olvidar”.
Su vida termina en un abandonarse inerte y regresivo. La mañana del 25 de septiembre de 1972, una dosis intencional de barbitúricos le tranquilizó el espíritu para siempre. Tenía 36 años.
Alejandra, la poeta de la palabra desgarrada. La niña grande que pintó lilas y fragmentos. Alejandra y su eterna soledad, la soledad como un barco a la deriva.
Falta tan sólo conocer su obra.
La contemplación, la entrega, la tristeza, la duda, la derrota, el desamor... flotan en los versos de Alejandra Pizarnik. Su poesía, que roza el surrealismo, marcó a las posteriores generaciones poéticas de su país. Pizarnik trabajó las tradiciones romántica, simbolista y surrealista, poniendo en escena lo desgarrador del silencio creativo
Os invito a leerla y a conocerla un poco más. Os dejo aquí alguno de su poemas:
AMANTES
una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío.
QUIEN ALUMBRA
Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.
HIJA DEL VIENTO
Han venido
invaden la sangre,
huelen a plumas,
la carencia,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma.
Porque no hay nadie.
Tú lloras debajo de tu llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.
EXILIO
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre.
Ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.
LA NOCHE
Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la conciencia con sus estrellas.
Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte,
tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.
Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.
Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.
Alguna vez volveremos a ser.
-----------
Para conocer más sobre ella, podéis leer el artículo:
Alejandra Pizarnik: textos de locura y suicidio