lunes, 12 de marzo de 2007

José Hierro, la poesía misma.

José Hierro tiene la capacidad de conmover. La poesía de Hierro no te deja indiferente. Sé que los poemas de José Hierro son alimento, otro poeta necesario (de los más necesarios) a los que regresar siempre.

Nació en 1922 en Madrid y murió en esta misma ciudad cerca de la Navidad, el 21 de diciembre de 2002. Las ocasiones en que pude escucharle en sus recitales y hablar con él, -su voz grave acompasada, su mano midiendo la música del verso según lo iba recitando-, están grabadas en mi memoria.

Es uno de los poetas de la «Generación del medio siglo» cuya poesía contiene rasgos sociales basados en su experiencia como «Niño de la guerra». Está considerado como uno de los grandes poetas contemporáneos de habla hispana. Su obra abarca temas sociales y de compromiso con el hombre, el paso del tiempo y el recuerdo, como puede observarse en su bello «Cuaderno de Nueva York» y «Alegría», dos de sus publicaciones más importantes.Durante la guerra civil se dedicó a actividades clandestinas que motivaron su encarcelamiento en 1939. Después de ser liberado en 1942, se desempeñó en diversos oficios durante varios años, hasta radicarse en Madrid, donde inició entonces una larga carrera como escritor, jalonada por numerosos premios y distinciones entre los que se destacan:Premio Adonais 1947, Premio Nacional de Literatura 1953, Premio Nacional de la Crítica 1957, Premio March de Poesía 1959, Premio Príncipe de Asturias 1981, Premio Nacional de las Letras Españolas 1990, Premio Reina Sofía 1995, Premio Europeo de Literatura Aristeión 1999, Premio Cervantes de las Letras 1999, Doctor Honoris Causa de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo 1995, Miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1999. En 2002 fue nombrado doctor "Honoris causa" por la Universidad de Turín. En 2002 el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de Oro de la ciudad.

En la ciudad en la que vivo, en Getafe, se fundó el Centro de Poesía "José Hierro", el lugar, dentro de la Comunidad de Madrid, dedicado a la memoria del poeta y a dar cabida a todas las actividades poéticas (lecturas, edición, talleres, encuentros...) que se desarrollan no sólo en nuestra ciudad, sino en nuestro país entero.

No sabría elegir un poema sólo de José Hierro para dejarlo aquí de testimonio. Tel vez dos, de su último libro "Cuaderno de Nueva York".

El maravilloso "Lear King en los claustros" (largo poema que os invito a leer entero, por favor, con uno de los versos que más me impresionan: "Mi reino por un «te amo», sangrándote en la boca." ) y "Vida", el soneto final con que cierra ese libro.

Aquí os los transcribo:

LEAR KING EN LOS CLAUSTROS

Di que me amas. Di: «te amo»,
dímelo por primera y por última vez.
Sólo: «te amo». No me digas cuánto.
Son suficientes esas dos palabras.
«Más que a mi salvación», dijo Regania.
«Más que a la primavera», dijo Gonerila.
(No sospechaba que mentían.)
Di que me amas. Di: «te amo»,
Cordelia, aunque me mientas,
aunque no sepas que te mientes.

Todo se ha diluido ya en el sueño.
La nave en que pasé la mar,
fustigada por los relámpagos,
era un sueño del que aún no he despertado.
Vivo brezado por un sueño,
inerme en su viscosa telaraña,
para toda la eternidad,
si es que la eternidad no es un sueño también.

La tempestad me arrebató al Bufón,
al pícaro azotado, deslenguado, insolente,
que era mi compañero, era yo mismo,
reflejo mío en los espejos
cóncavos y convexos, que inventó Valle-Inclán.

Los brazos de las olas me estrellaron
contra el acantilado y un buen día,
ya no recuerdo cuándo, desperté
y hallé sobre la arena
piedras labradas con primor,
sillares corroídos, lamidos y arañados
por los dientes y garras de las algas.
Entonces, desatado del sueño,
comencé a rehacer el mundo mío,
que se desperezaba bajo un sol diferente.

Y aquí está, al fin, delante de mis ojos.
Oigo como jadea
con la disnea del agonizante, del sobremuriente.
Espera a que tú llegues
y me digas «te amo».
Conservo aquí los cielos que viajaron conmigo:
grises torcaces de Bretaña, cobaltos de Provenza,
índigos de Castilla.
Sólo tú eres capaz de devolverles
la transparencia, la luminosidad
y la palpitación que los hacían únicos.
Aquí están aguardándote.
Quiero oírte decir, Cordelia, «te amo».
Son las mismas palabras que salieron
de labios de Regania y Gonerila,
no de su corazón. Más tarde
se deshicieron de mis caballeros,
hijos del huracán, bravucones, borrachos,
lascivos, pendencieros... Regresaron
al silencio y a la nada.
La niebla disolvió sus armaduras,
sus yelmos, sus escudos cincelados,
aquel hervor y desvarío
de águilas, quimeras, unicornios,
efigies, delfines, grifos.
¿Por qué reino cabalgan hoy sus sombras?

Mi reino por un «te amo», sangrándote en la boca.
Mi eternidad por sólo dos palabras:
susúrralas o cántalas sobre un fondo real,
-agua de manantial sobre los guijos,
saetas que desgarran con su zumbido el aire-
así la realidad hará que sean reales
las palabras que nunca pronunciaste
-¡por qué nunca las pronunciaste!-
y que ultrasuenan en un punto
del tiempo y del espacio
del que tengo que rescatarlas
antes de que me vaya.
Ven a decirme «te amo»;
no me importa que duren tus palabras
lo que la humedad de una lágrima
sobre una seda ajada.

En esa paz reconstruida
-sé que es tan sólo un decorado-, represento
mi papel, es decir, finjo,
porque ya he despertado.
Ya no confundo el canto de la alondra
con el del ruiseñor. Y aquí vivo esperándote
contando días y horas y estaciones.
Y cuando llegues, anunciada
por el sonido de las trompas
de mis fantasmales cazadores,
sé que me reconocerás
por mi corona de oro (a la que han arrancado
sus gemas las urracas ladronas),
por la escudilla de madera que me legó el bufón
en la que robles y arces depositan
su limosna encendida, su diezmo volandero,
el parpadeo del otoño.

Ven pronto, el plazo ya está a punto
de cumplirse. Y no me traigas flores
como si hubiese muerto.
Ven antes de que me hunda
en el torbellino del sueño,
ven a decirme «te amo» y desvanécete en seguida.

Desaparece antes de que te vea
nadando en un licor trémulo y turbio,
como a través de un vidrio esmerilado,
antes de que te diga:
«Yo sé que te he querido mucho,
pero no recuerdo quién eres».

De "Cuaderno de Nueva York" 1998
ll

VIDA
A Paula Romero

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!»
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!»
Ahora sé que la nada lo era todo.
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

De "Cuaderno de Nueva York" 1998

ll
Tan sólo para terminar dejo aquí un poema mío, que escribí tomando como cita un verso de este último poema de José Hierro y que apareció en una antología en la que participé homenaje a José Hierro: "Trazado con Hierro", Ediciones Vitruvio (Madrid, 2003).
Seguid disfrutando con Hierro, siempre.
ll
DECIR PERFECTO
“Después de nada, o después de todo,
supe que todo no era más que nada.”
(José Hierro)

La tarde
se nutre de mentiras.

Nada está limitado.

La luz,
qué importa sea la de marzo,
–la de este marzo humilde
y de silencio–
esconde en sus entrañas a la noche.


¿Dónde hallar las palabras que me crean?



En esta sombra
declaro la certeza:
Decir perfecto
es decir nada.


(A José Hierro)

© Javier Díaz Gil
ll

1 comentario:

Ana dijo...

BRUTAL!

Hasta hace nada era prosista, apenas leía poesía.

Alguien me regala un libro de poesía y ahí empezó todo ... recién estoy empezando y me encuentro con estas palabras, solo quería decirte que GRACIAS. Buscaré más, leeré. Me quedo con estas palabras.

Un saludo.