El poeta y amigo Pedro A. Gonzalez Moreno me envía su último libro. Desde aquí le agradezco su generosidad. Un libro que recoge parte de su obra poética de estos últimos 20 años bajo el significativo título "La erosión y sus formas" (Antología 1986-2006) Ediciones Vitruvio, Madrid 2007.
No somos sino lo que el tiempo ha ido modelando en nosotros, lo que hemos vivido y ha ido transformádonos, erosionándonos.
Su poesía, de la que me siento muy cercano, es el testimonio de lo que queda, del rostro y de las manos, de la mies alta y quejumbrosa, de la tierra dura y hospitalaria. Su poesía es el rostro que queda en el espejo después del amor, después de la lluvia que ha desnudado las miradas. Poeta elegíaco, su poesía es un canto a lo perdido, no desde la tristeza sí desde la serenidad.
Nacido en 1960 en Calzada de Calatrava (Ciudad Real), es Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura. Ha publicado los poemarios Señales de ceniza (premio “Joaquín Benito de Lucas”), Talavera, Col. Melibea, 1986; Pentagrama para escribir silencios, (accésit del Adonáis), Madrid, Rialp, 1987; El desván sumergido (premio “Francisco de Quevedo”), Madrid, Libertarias, 1999 y Calendario de sombras (premio “Tiflos”), Madrid, Visor, 2005. Parte de su obra poética está recogida en la antología La erosión y sus formas (1986-2006), Madrid, Vitruvio, 2007. Es autor del libro de ensayo Aproximación a la poesía manchega, Ciudad Real, B.A.M., 1988; y en el ámbito de la narrativa ha publicado Los puentes rotos, Madrid, Calambur, 2007 (IX Premio “Río Manzanares” de novela).
Quiero compartir en este blog alguno de sus poemas.
Confío en que también lo sentiréis cercanos y que la palabra de Pedro A. González Moreno es también nuestra palabra.
De Calendario de sombras (2005):
24.
Llueve sobre la noche y sobre el mundo,
pero no lava el agua los recuerdos.
Aúllan
erráticas metáforas que buscan encarnarse
sobre la sed de un verso
y se despeñan, turbios, los afluentes
del dolor.
Como perros
en la noche sin luna, las sombras olfatean
el olor de unas ropas que ya no son de nadie.
Con el aire sonámbulo de un animal sin dueño,
husmea la memoria
entre escombros de días y semanas que nunca
llegaron a vivirse por completo.
Olfatea
un rastro de perfume
que se quedó enquistado entre las sábanas
o enredado en la piel de las cortinas.
Va bebiéndose en tragos de alcohol la madrugada
y mientras llueve, busca
el vértigo de un puente
colgado entre dos cuerpos o entre dos precipicios
que parecen unidos por su propia distancia .
Y mientras llueve, aúllan
por las calles vacías, por la carne
vacía, los recuerdos.
Y en la helada intemperie
de las habitaciones
y por los descampados de todas las esquinas,
solamente se escucha
esta lluvia de azufre y cal que cae
sobre la sed del mundo.
De "Los cuatro agentes de la erosión"
(Inédito. Incluido en "La erosión y sus formas", 2007)
I.
A Nicolás del Hierro
y Francisco Caro
Oigo la savia de la luz con nidos
en este cuerpo donde ya no hay nadie
Como sobre la piedra,
sin piedad y sin ruido,
actúa la erosión sobre la carne,
con ese suave roce
que al mismo tiempo saja y acaricia
como una áspera seda que tuviese
algo de beso y algo de navaja.
Todas las formas de erosión pasaron
voraz y minuciosa-
mente sobre esta piel vacía.
Vino
primero la ceniza, con sus flores de escarcha,
con su tacto de invierno, su color de luciérnagas
sin cal y sin regreso
y sus ciegas señales de una lumbre ya extinta.