Poemas y Correspondencias:
Ángel González, Joan Margarit, Luis García Montero, Antonio Machado.
Es indudable la influencia que el poeta Antonio Machado (1875-1939) ha tenido en los poetas españoles posteriores. A menudo hemos imaginado sus lectores cómo hubiera sido el poema que Machado habría podido escribir con el último verso que escribió y que se encontró en su cartera después de morir en 1939 huyendo de la Guerra Civil española, en el exilio francés de Colliure.
Es indudable la influencia que el poeta Antonio Machado (1875-1939) ha tenido en los poetas españoles posteriores. A menudo hemos imaginado sus lectores cómo hubiera sido el poema que Machado habría podido escribir con el último verso que escribió y que se encontró en su cartera después de morir en 1939 huyendo de la Guerra Civil española, en el exilio francés de Colliure.
Un verso alejandrino que recuerda su niñez y que dice:
Estos días azules y este sol de la infancia.
Eso mismo debieron pensar poetas como Joan Margarit (1938) y Luis García Montero (1958). Pero ellos hicieron algo más, a partir de ese verso escribieron su propio poema. Aquí os los dejo. Los dos magníficos. Estaréis de acuerdo conmigo, seguro.
TIO LUIS
Joan Margarit
Estos días azules y este sol de la infancia.
(Último verso escrito por Antonio Machado en Colliure)
En el fango del Ebro, el heroísmo.
Pero también contaba, aun para los vencidos
-y ya con pobres ropas de civil-
tener aquellos ojos, morenazo,
chulo de barrio de sonrisa fácil.
Desterrado, lo meten en un tren.
En las largas paradas de la noche,
sentado entre fusiles,
siente cómo la guerra es una fiera enorme
que en sus garras le lleva hasta Bilbao,
sin equipaje y nada en los bolsillos.
Así lo dejan solo en el andén.
Cansado por el viaje y la derrota,
se lava en una fuente: del fondo de sus ojos
surgen de nuevo su épica y las armas
de antaño, viejas armas de los bailes
de domingo en los patios de Montjuïc.
Va a calles de fulanas y tugurios.
Junto a ella percibe su perfume
barato y la mirada de unos ojos
donde el rimmel ha puesto
negras banderas de anarquistas muertos.
Uñas de un rojo sucio
son banderas que el Ebro iba arrastrando.
Y yo estoy orgulloso de escribir
como en sus buenos tiempos hizo la poesía,
los versos de una puta que salvó
a un hombre y a ella misma por amor.
Esto pasaba al acabar la guerra.
Y transcurrían para mí entretanto
estos días azules y este sol de la infancia.
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COLLIURE
Luis García Montero
Un rincón en el mundo
detrás de una frontera,
o detrás de los años o los amaneceres
con la esquina doblada
como la página de un libro,
o detrás de las curvas de una guerra.
Se conmueve el camino a la orilla del mar.
Parece un látigo en el aire
de febrero lluvioso.
Cuando baja del coche,
Ángel González duda,
pone sus pies heridos en la historia
y sube muy despacio,
entre muros franceses
y casas repintadas
con el azul de los veranos,
hasta llegar al cementerio.
Lo que nos trae aquí
no es el sol de la infancia.
Los lugares sagrados nos permiten vivir
una historia de todos en primera persona.
Las flores de la tumba de Machado
imitan el color de una bandera
sagrada por manadato
de mi melancolía.
Aquello que perdimos una vez,
y el frío de las manos, la palabra en el tiempo,
el dolor de las vidas que se cortan
en el cristal de los destinos rotos,
descansa hoy, casi desnudo,
en una tumba de poeta.
¿Cuándo llegamos a Sevilla?,
preguntaba su madre al entrar en Colliure.
Qué difícil la suerte
de los pueblos que viven protegidos
por la misericordia de un poema.
Qué difícil la última
soledad de Machado.
La luna llega al mar,
el mar llega a Sevilla,
nosotros a un recuerdo
y a esta pálida,
desarmada emoción
de compartir una derrota.
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Y un regalo más. El poema que Ángel González (1922-2008) escribió, como lo hizo García Montero en su visita junto a éste a la tumba de Machado en Colliure. Otra correspondecia que merece la pena.
CAMPOSANTO EN COLLIOURE
Ángel González
Aquí paz,
y después gloria.
Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco's Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
paz
y después gloria.
Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
—paz
y después...—
perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.
Sí; después gloria.
Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
manos de obra barata, ejército
vencido por el hambre
—paz...—,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
—...sin gloria.
Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.
¿Qué precio es el peor?
Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
—«Casino
de Canet: spanish gipsy dancers»,
rumor de trenes, hojas...—,
ante la gloria ésta
—...de reseco laurel—
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.
Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.
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1 comentario:
Interesante post, Javier. Muchas gracias.
Una abrazo
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