viernes, 2 de febrero de 2024

01/02/2024: Texto de mi presentación de "La fábrica de luz" de Celia Cañadas, Café María Pandora (Madrid)

 

Javier Díaz Gil y Celia Cañadas

Este pasado jueves, 1 de febrero de 2024, presentamos en un café María Pandora lleno, el primer poemario de Celia Cañadas, "La fábrica de luz".

Tras las palabras previas del editor, Rafael del Castillo, tomé la palabra.

Para presentarlo, leí el prólogo que escribí para el libro y que reproduzco a continuación.


DESDE EL LUGAR DEL FUEGO Y LA PALABRA



Tomo como título de este prólogo uno de los versos del poema que abre este libro. Porque es desde ese lugar desde el que la poeta Celia Cañadas nos habla. Un lugar de fuego, ese fuego que es pasión y es identificación de la luz, un lugar de fuego y también de palabra. La pasión unida así a la palabra poética. Desde ese lugar Celia observa el mundo y nos observa.


Es “La fábrica de luz” el primer poemario publicado de Celia Cañadas. Un libro maduro y madurado, un libro esperado por los que sabemos desde hace muchos años de su sólida poesía y reconocemos la voz propia y necesaria de su palabra poética.


Publicar un libro, un poemario en nuestro caso, debe ser siempre un signo de responsabilidad  y  de compromiso hacia el lector. En los tiempos que corren en los que las prisas de la juventud unas veces, o las de la inmadurez, las más, llevan a publicar de manera irreflexiva, es una buena noticia la aparición de este primer libro de Celia Cañadas.


En el título del libro, “La fábrica de luz”, se adivina lo que encontraremos en sus páginas. Tiene Celia Cañadas, además de vocación poética una clara vocación y formación científica. Fábrica de luz llamaban popularmente a las primeras centrales hidroeléctricas creando poesía al nombrar las cosas. Es en ese diálogo de lo científico y lo lírico en el que se mueven gran parte de los poemas de este libro.


Por eso en él aparece multiplicada la luz, la luz como imagen del conocimiento, la luz física, la luz interior, también la oscuridad. Desde esa simbología que es transversal en el libro, los poemas nos hablan de “los límites de la luz”, de “la luz que se esfuma”, de “la luz de sus ojos”, de la “escasez de luz”, la “luz tamizada”, “la luz que me alcanza”, la “luz tan cegadora”, la “insaciable luz”, “luz que ni arde ni calienta”…


Esta madurez de la que hablo, en Celia Cañadas se revela no sólo en su escritura sino también como lectora. Lo comprobamos en las citas que acompañan a los poemas: Homero, Thomas Mann, Pessoa, José Cereijo, Claudio Rodríguez (la luz de Claudio), Juan Ramón Jiménez, Leopoldo María Panero…


Me detengo en la primera cita que abre el libro, son las palabras de Ulises frente a Polifemo: “Mi nombre es Nadie”… Intención de la poeta de pasar desapercibida, de dejar que las palabras sean las que hieran. Toda una declaración de intenciones para su primer volumen publicado.


Dividido en cuatro partes, este libro es un viaje de la mirada de la poeta -que nos acompaña  como lectores- primero, desde el mundo interior que habita las dos primeras, “A modo de presentación” y “Un lugar para vivir”, al tránsito, luego, de su mirada que recorrerá el camino de dentro hacia fuera de la tercera parte, “Actualidad 2020-2022” hasta dirigir la mirada al exterior, a lo más lejano, lo que sucede en la cuarta y última sección, “Tecnologías”.


Y así, en este camino que jalona cada poema, el primero de “A modo de presentación” es un  adecuado autorretrato. Ese “soy Nadie” de la cita inicial está aquí presente: 


No me veréis trotar en las verdes praderas del llanto

(…)

Ni entre el bullicio de los mercaderes

Tampoco en los salones del amanecer.


Los años de vida y de oficio poético la trajeron al lugar del fuego y la palabra desde el que observar el mundo.

La poesía, lo declara en el segundo poema, se convierte en la luz hacia la que salir, en una segunda boca: 


cómo salir,

hacia qué luz


Y en el tercero, “Herencia”, está el homenaje necesario a su padre, el poeta Aureliano Cañadas, de quien recibe la poesía:


Ahora que late tu vida

por mis venas…


Esta soy yo y esto es lo que poseo podría decirnos en los primeros poemas del libro: “Frecuento también los límites de la luz”.


Utilizando la primera persona, en “Caza” se convierte en un viejo cazador a las 18:30 (una hora que se repite cada día) y se autocita, a la manera de Gil de Biedma, utilizando un verso del primer poema, “en las rojas praderas del llanto”, convirtiendo en verde ahora las praderas, para incidir en lo que ya nos contó, no llorar, ante la lograda imagen de “la serpiente del tráfico acechante”.


No puedo evitar que me evoque en este poema a Lorca, en unos versos de su “Oda a Walt Withman” cuando dice:


Una danza de muros agita las praderas

y América se anega de máquinas y llanto.


Lorca está ahí también, en las lecturas de Celia.


Este “A modo de presentación” son también certezas. Pocos son los poemas de amor del libro. Pero los que aparecen tienen forma de sentencia, reflexivos, de aseveración. “Amor… también me fallarás”. O utiliza con precisión el modo elegíaco, la enumeración y el uso del epíteto para en “Políglota”, acudiendo a la antítesis contarnos los idiomas en los que le niegan la palabra.


Cierra esta primera parte, compuesta de ocho poemas, con “Aprendiz”. Esta es mi forma de estar en el mundo, podría seguir diciéndonos Celia Cañadas.


La segunda parte, “Un lugar para vivir”, doce poemas en los que enlaza con la primera, continúa la idea de mostrarnos quién es desde al análisis de los sentimientos, desde la relación familiar, manteniendo la anterior mirada interior transformada ahora por la maternidad. Esta sección comienza con dos poemas en segunda persona, dirigidos a su hija adolescente pero interpelando, desde la reflexión, también al lector. El cuerpo es definido con el oxímoron “sagradamente humano” como lugar para vivir. El lugar del fuego y la palabra es también el cuerpo. El paso del tiempo nos hace comprender “la primera / lección del deseo: / la satisfacción / como la luz, se esfuma.”


El segundo poema “El juicio de la verdad” anuncia que salir del peligro -peligro simbolizado por el invierno- para llegar al verano que nos salva, es un camino de penumbra. De nuevo la luz aparece aquí, junto a hallazgos verbales como el uso de un neologismo: sinvivimos.


“Nos espera un verano de señales” dice Celia en el último verso. Diez poemas siguen a éste y completan esta segunda parte, diez señales que la poeta numera para plantearnos la relación entre ella y su hija. Poemas que son diálogo entre un yo, la poeta, y un ella, la hija adolescente. Nos ocupa ahora el dolor, el tiempo, la sumisión, el símbolo del hueso como herida negativa, el símbolo de la carne como salvación. Temas a los que se añaden la luz negada, la rebeldía de la adolescencia, el miedo y la culpabilidad… Se suceden los versos sentenciosos “La verdad no está en nadie”, y la identificación de la madre con la niña:


Conozco el territorio,

esa escasez de luz y

ese aire exiguo

a la fuga.


Y encontramos en solo tres versos, retratos tan sutiles como definitivos que hace de su hija:


Ella no dibuja,

se diría que revela a los ojos

lo que preexiste en el papel.


dibujo que es contrapunto del vacío creciente entre las dos.


Y aparecen ya las primeras referencias al mundo científico que tratará más en la cuarta parte: el kilo, unidad de medida “de la entonces remotísima París”. El kilo que es ahora el espacio donde se anuncian incipientes las alas adolescentes.


La tercera parte de “La fábrica de luz”, “Actualidad 2020-2022”, nos traslada de los poemas propios del entorno familiar a la experiencia global que todos padecimos, la pandemia de COVID-19. Es la luz de estos poemas ahora una luz tamizada porque la vida queda ahí fuera. Y la mirada poética viajará, como dije al principio, desde el yo interior de la poeta al mundo exterior negado.


Comienza la sección con la llegada del viento del norte -el invierno-, el frío y el juego de intentar  lograr el infinito y apenas alcanzar el cero. Otra imagen tomada de la ciencia: el infinito y el cero. Pero la mirada ya se nos anuncia esperanzada “de prematura floración, ávidos los ojos de deshielo”.


Nos sorprende y conmueve Celia Cañadas con su capacidad de síntesis, con poemas que van alternándose a lo largo del libro con otros algo más largos. La poesía tiene ese reto, ser capaz de decir mucho con poco. Ella lo asume y lo logra. Ya lo hemos visto en alguno de los poemas de “Señales…” del anterior capítulo y aquí, ahora en este “Enero” que son cuatro versos, un poema casi de aire japonés cuyo ritmo se sustenta en el juego de dos binomios: sueño-palabra, nieve-misterio en flor. Esa nieve que recoge como vasos comunicantes, el símbolo de invierno del primer poema de esta “Actualidad…”


22 poemas conforman esta parte, la más larga porque también es largo el camino lírico que debemos recorrer desde dentro afuera, para salir del confinamiento y conquistar la cuarta parte del libro. La mirada rompe el muro invisible y busca una nueva luz. Tres poemas se suceden con el título de “Confinamiento” que nos declaran los días inmóviles y el tiempo inservible. Fuera, el mar, la floración sin audiencia. La Naturaleza invulnerable frente a la vulnerabilidad del Hombre. Y citas que nos hacen reflexionar, como la de Thomas Mann, “La enfermedad en cierto modo, tiene algo de noble”. Buscar en la enfermedad nobleza mientras aquí dentro, la luz que nos alcanza suena a burla.


En esta parte, el confinamiento es también un joven Darwin atrapado en el Beagle sin poder desembarcar en Tenerife. Es el deseo de superar el encierro, la avidez incontenible de intemperie, recordando en una hermosa enumeración, en “Confinamiento III: Estepa insular”, los duelos sufridos, la guerra perdida del abuelo, el rojo clavel de mi otro abuelo, el hambre de mi padre, la inapetencia acusadora de la hija. Celia Cañadas no olvida el duelo por las víctimas de la COVID, en ese poema implacable y bello dedicado a ellas, “Los olvidados (59)”.


El confinamiento se acaba con el inicio del verano 2020. Al viento del norte le sucede un viento del sur en un agosto donde de nuevo utiliza la figura del oxímoron a la que recurre Celia Cañadas, cuando “celebra la desolación” dejándonos luz tan cegadora. Oxímoron similar que encontramos en el poema “La isla: Lanzarote”, cuando la define como “esta bendita isla / de la desolación”.


La fábrica va generando su luz aumentando su intensidad según avanza el libro: luz interior, luz tamizada, luz cegadora…


Porque toca en este instante celebrar la naturaleza, celebrar el mar, beber sorbo a sorbo / hasta su espuma más amarga.

El mar junto a los naufragios que son memoria y son el fin del principio de Arquímedes: la mirada Física.


Y nos vuelve a recordar su voluntad de Nadie de la cita inicial, en el poema “La bolsa del polizón”. El polizón -el que viaja clandestinamente-, un autorretrato que es una enumeración de objetos por los que desea hacer su “peso leve”. En un empeño de nuevo de huir del protagonismo, de los focos y pasar desapercibida.


La mirada que se ha fundido con el paisaje debe regresar a la ciudad, al invierno, al instante en el que “la luz deje de lamer”, debe regresar a una calima que nos cubra como “una luz apocalíptica”. Pide Celia a los dioses entonces que le concedan el bien de los lotófagos, el más agradable olvido.


En este nuevo regreso, hay un instante en el que camino por un momento se torna de fuera adentro. Momento de reivindicarse. Destacaré el poema “Enemigo” con en ese tono inicial imperativo Dadme un enemigo… La COVID ya era un enemigo colectivo pero pide ahora uno propio, de verdad. Un enemigo basta, un enemigo, lo sabe la poeta, te mantiene alerta.


Los poemas finales de esta sección a partir de “Enemigo” son declaraciones de certezas, producto de este periodo de confinamiento: la necesidad del enemigo ya citado, el azar que nos convierte en protagonistas, la pregunta que ella misma se hace y que es lanzada al lector, ¿cómo se vuelve a salvo / a tocar tierra?, y, finalmente, el convencimiento de que todos somos mestizos e iguales y que “Quizás, nuestra desmemoria / sea lo único extraordinario”.


Es ya en la última parte del libro “Tecnologías”, cuando la mirada concluye este viaje al exterior y se alía con la ciencia para ahondar en la reflexión y hacer de la voz poética trascendencia.

En esta última parte se retoma el espíritu de la primera, “A modo de presentación”, completando  Celia Cañadas su autorretrato, mostrándonos su perfil científico. Celia sabe que es posible hacer poesía desde la ciencia y conmovernos. 


Diez poemas constituyen esta última sección, los cinco primeros dedicados al espacio, los cuatro siguientes a la deshumanización que está produciendo un elemento tecnológico tan cercano como son los móviles y un último poema, “Black out / El último día” que es un perfecto cierre para el libro al tratar el tema de la muerte que se apunta en el resto de poemas de este apartado final.


Así en esos primeros poemas del cosmos, son protagonistas los satélites artificiales que sobreviven “para quién” a la humanidad extinguida, o los son los telescopios Hubble y Max Webb “desde su altísima atalaya / llenándonos de cielo los pulmones”, soportando el “debris”, la basura espacial. Y observaremos con ellos la formación de las primeras galaxias y entenderemos lo inasible sentenciando que


cuanto más avanzo

más te alejas.


En “Agujeros negros” se toca ya el tema de la muerte. La admiración de la poeta hacia este objeto cósmico está anunciada en la cita de Chandrasekhar y se refleja en la hipérbole  de los dos versos finales:

 

la más ciega de todas

las fieras celestiales.


En un libro en el que predomina la primera persona confesional, el yo poético, nos topamos con este último poema dedicado el espacio, “PHA (Potentially hazaardous asteroid)” en el que empleando la personificación, el propio asteroide es el que nos habla en primera persona, anunciando el final de la fiesta, la muerte. Esta imagen de la fiesta recurrente de la que hablaba también en el poema “satélites artificiales”.


El móvil, la deshumanización que apunté antes, es en en los siguientes poemas generador de silencio y de soledad pública. Las referencias mitológicas se suceden y el futuro se conecta con el pasado y con el presente y hacen de la poesía un vehículo de permanencia.

Nos hará notar que la fascinación primitiva frente al fuego es similar a la que tenemos ahora frente a las pantallas, ante esta “luz / que ni arde / ni calienta”. Ese silencio colectivo que cité antes, el que Celia Cañadas quiere romper preguntando en voz alta “¿qué haremos cuando el sumiso Hal / revele su afán de permanencia?”


Cierra el libro el poema “Black out / El último día” con ese término tecnológico del apagón, de muerte en definitiva. Bella la cita de Panero que encabeza este poema último, que es un poema, retomando el tema clásico, de amor contra la muerte: “Nadie sabrá que nos bastamos los dos…”. 


Así, en un cierre perfecto del viaje realizado por la luz y la mirada en el transcurso del poemario, esta última mirada hacia el exterior se recoge en el poema final y mira hacia el interior de nuevo de todos nosotros, tal como comenzamos en el inicio del libro.


“La fábrica de luz” nos ilumina, concluirán conmigo. Al finalizar la lectura de este primer libro publicado de Celia Cañadas sentiremos que hemos sido interpelados continuamente. La poesía tiene esa misión.


Quizá pretendía Celia Cañadas, consiguiéndolo hasta el momento de publicar éste, su primer libro, pasar desapercibida como nos describe la cita inicial de la escena de Ulises y el Cíclope. Pero ya es tarde, Celia, la luz de tu poesía te ha traído ya con merecimiento al medio de la escena poética. 


Y quizá lo que no sabes aún, lector, es que después de leer este libro, quedarás, como el Cíclope, herido para siempre.



Javier Díaz Gil

29 de octubre 2023

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Con la proyección de imágenes de Adriana Pastor Cañadas, hija de Celia,  que ilustran el poemario, Celia Cañadas comenzó la lectura de los poemas.

Ha sido una tarde estupenda, rodeados de amigos y lectores con muchas ganas de presenciar el nacimiento editorial de Celia Cañadas.

Os dejo algunas imágenes y vídeos del acto:
















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