lunes, 3 de agosto de 2015

La Victoria de Samotracia, un alcornoque y la mirada del poeta


La Victoria de Samotracia y un alcornoque en Valencia de Alcántara (Cáceres, España)

Sucede que el poeta camina con ojos bien abiertos y de pronto su mirada curiosa cree ver la figura de una escultura del periodo helenístico del 190 a.C., en la silueta orgullosa de un alcornoque que, como la escultura, mantiene, perdidas su copa y sus ramas, su tronco erguido y sus alas abiertas. Es la Victoria de Samotracia, es la Poesía también, que puede estar en todas partes.

La mirada del poeta imagina el viejo alcornoque como un mascarón de proa, como se mantiene erguida la Victoria de Samotracia sobra la proa de un navío de mármol.

Hay poesía en lo incompleto, en lo que la mirada imagina, en lo que fuimos.

El poeta imagina en este alcornoque, -mediterráneo como la Victoria de Samotracia- la escultura incompleta del Louvre.

Dejo aquí las dos imágenes: quizá sean imaginaciones del poeta... pero debéis saber que hay un viejo alcornoque altivo en Valencia de Alcántara, en la sierra de San Pedro, que acompaña desde hace tiempo a un dolmen, el Zafra III. Dolmen que forma parte de una de las rutas de dólmenes de la localidad (la ruta de las Zafras).

(Pinchad aquí para descargar información de la ruta de los dólmenes de Valencia de Alcántara)




Y si hablé de los dólmenes no me olvido de nuestra Victoria de Samotracia.

Os dejo un curioso artículo que publicó en 2014 la revista XLSemanal sobre la crónica de su descubrimiento y su restauración reciente en el Louvre.

Recordad que debéis caminar con ojos bien abiertos, a veces un árbol no es tan sólo un árbol.



La "Victoria de Samotracia": El enigma de la dama alada


 Anne-Cécile Beaudoin - XL Semanal
Es, junto con la 'Gioconda' y la 'Venus de Milo', la gran estrella del Museo del Louvre de París. Llegó aquí hace 150 años, sin cabeza y con cientos de fragmentos sueltos. Los restauradores han encajado, por fin, muchos de esos pedazos. La gran dama alada griega se muestra más completa -y espléndida- que nunca.



No es una piedra lo que aflora en la falda de la colina, sino un hombro. El cuerpo está medio enterrado. «¡Señor, hemos encontrado a una mujer!», gritan los operarios. El joven vicecónsul francés Charles Champoiseau sonríe. Los campesinos le habían informado bien: la diminuta isla griega de Samotracia está llena de tesoros. Unos pasos más allá, el propio Champoiseau descubre un fragmento de dos metros: el tronco de la mujer, cubierto por un manto. La bella debía de tener alas, como parecen atestiguar la multitud de fragmentos de plumas que recoge aquí y allá. Busca la cabeza, los brazos. En vano. De esta dama solo queda un cadáver desmembrado cubierto de polvo. La fecha: 15 de abril de 1863. A sus 32 años, Champoiseau acaba de exhumar una de las criaturas más extraordinarias de la Antigüedad. Esculpida en mármol blanco, data de unos 190 años antes de Cristo.
Antaño, al pie de esa misma montaña había un santuario consagrado a los grandes dioses. Se trataba de una religión al margen del culto oficial a las divinidades del Olimpo. Participar en los ritos de Samotracia otorgaba la protección de la Gran Madre, reina de las montañas. Aunque al final de la Antigüedad el lugar quedó abandonado, la leyenda de que la isla escondía maravillosos tesoros sobrevivió. Y su eco, siglos después, llegó a oídos de Charles Champoiseau, que se decidió a investigar por su cuenta.
El primer viaje a la isla no le defrauda. El 15 de septiembre de 1862, Champoiseau solicita un préstamo de dos mil francos para hacer prospecciones. En su carta dice: «Por todas partes hay centenares de columnas quebradas, fustes y capiteles de mármol que indican que los templos cubrían aquel lugar. Los campesinos han desenterrado sepulturas, sarcófagos de piedra y cerámicas. No hay duda de que unas excavaciones serias llevarían al descubrimiento de objetos raros y de gran valor». El emperador Napoleón III le concede el dinero.
Champoiseau regresa en marzoa Samotracia. Y su recompensa llega con la primavera. El 15 de abril de 1863, en una carta dirigida al embajador de Francia en Constantinopla le anuncia: «He encontrado una estatua de la Victoria alada esculpida en mármol y de proporciones colosales.Desgraciadamente, no he encontrado ni la cabeza ni los brazos [...]. Pero el resto está casi intacto y ha sido labrado con un arte que ninguna de las obras griegas que conozco iguala».
Champoiseau decide enviar su hallazgo al Louvre. Llega en 1864. Allí, con una barra metálica, los técnicos aseguran el aplomo de la figura. Varios fragmentos rotos son encajados de nuevo, pero el busto -demasiado inestable- no se puede unir y se archiva con el ala izquierda.Años después, en 1875, arqueólogos austriacos realizan nuevas excavaciones en Samotracia. Allí descubren grandes bloques grises que, correctamente ensamblados, representan la proa de un barco de guerra. Se trata de una pista capital: rápidamente asocian ese descubrimiento con las monedas helenísticas en las que aparece grabada una Victoria de pie sobre la proa de un barco. No hay duda. Estos bloques son la base de la estatua. El conjunto de la obra debía de medir unos cinco metros de alto. Cuando Champoiseau recibe la noticia, despliega todos sus esfuerzos para que los 23 bloques descubiertos sean llevados a París.
Muchos fragmentos de la escultura, demasiado estropeados, nunca han podido ser encajados en la estatua. Como la enorme mano, descubierta en Samotracia en 1950. Otros fragmentos han encontrado, sin embargo, este año su lugar gracias a la restauración. Por ejemplo, una pluma.¿Qué artista pudo desplegar tanto ingenio para inmortalizar esa belleza? El misterio continúa. «No se trataba de un escultor ordinario, sino de un maestro al que le gustaba desafiar las leyes de la gravedad -explica Marianne Hasmiaux, una de las comisarias de la restauración-. Poseía unos conocimientos excepcionales en física de materiales para captar en piedra el breve momento en que la vestimenta movida por el viento se mantiene todavía pegada al cuerpo».Una vez recompuesta, la Victoria de Samotracia ha reencontrado su sitio en lo alto de la escalera Daru con toda su majestad. Qué importa si su cara no aparece nunca. Como dijo Cézanne: «Se trata de una idea, de todo un pueblo, de un momento heroico en la vida de un pueblo, el tejido se pega, las alas baten, los senos se inflaman. No necesito ver la cabeza para imaginar su mirada».
-Camino del taller
El 10 de septiembre de 2013, los operarios elevaron la Victoria para llevarla al taller bajo la mirada de los comisarios de la restauración (abajo a la izquierda): Jean-Luc Martinez, presidente del Louvre, y Ludovic Laugire, investigador del Departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas.
-Delicadeza
Una de las restauradoras limpia la superficie con papel japonés empapado en una ligera solución de carbonato de sodio.
-Todo, a mano
Los especialistas han recolocado en su lugar 13 fragmentos de los 30 conservados en el museo.
-El ángel azul
Los análisis han sacado a la luz trazas de azul egipcio. La parte baja del manto debía de tener un reborde de ese color.
-Mármol gris
La estatua alada se asienta sobre 23 bloques de mármol que representan un barco de guerra. El conjunto debía medir unos cinco metros de alto.
-La ligereza del viento
Tras la restauración, el mármol ha vuelto a reflejar la palidez y la sutileza de los drapeados del manto. Un cordoncillo sujeta la túnica bajo el pecho.
-Puzle heleno
Uno de los expertos en el momento de recolocar una pluma que le faltaba a su ala izquierda.
Él lo hizo
El arqueólogo francés Charles Champoiseau, fue el descubridor de la obra, en 1863, en la isla de Samotracia.

3 comentarios:

Paralelo 49 dijo...

Me gusta mucho esta entrada Javier, Gracias por contarnos esta historia y compartir con nosotros todo lo que te inquieta.

Un abrazo ahora que vuelvo a estar en Madrid

V.

Javier Díaz Gil dijo...

Querida Victoria
gracias a ti por compartir mi mirada. El ojo atento a lo que hay alrededor te devuelve gratas sorpresas, ¿verdad?

Un beso amiga
Javier

Paralelo 49 dijo...

Porque somos felinos estamos al acecho :)

Un abrazo fuerte, Javier