lunes, 1 de junio de 2015

Un poema de Javier Díaz Gil para empezar junio 2015

Gustav Klimt.
(Baumgarten, 14 de julio de 1862 – Alsergrund, 6 de febrero de 1918)


GUSTAV KLIMT

Klimt abraza a su gato.
Sonríe como un niño cazado en travesura.
Detiene el salto milagroso
del felino:
blanco y negro sobre el fondo gris de su túnica.

Lleva en sus ojos la luz de Florencia,
el aire de Venecia, el sol de Rávena,
guarda como un tesoro
los mosaicos bizantinos
de San Vital.
Pan de oro en sus cuadros
y el beso que pintará
diez años antes de su muerte.

No es preciso llevar un diario, ni escribir,
tan siquiera,
sobre la idea del Arte.
Basta con evitar
los cenáculos de intelectuales.
Basta pintar
la carne desnuda y el deseo.

Y vendrá Florencia y Roma y Bruselas
y al fin, Madrid.
“Sólo hay dos pintores en la Historia”, afirmaba,
“Velázquez y yo mismo”.

Los nazis confiscaron los cuadros que arderían
en el castillo de Immendorf.
Arden lo que mis ojos no vieron.

El gris de una túnica,
un gato confundido,
el abrazo amante.

El oro del fuego arde en sus pupilas.

El sexo y la pintura
Son las únicas certezas.


Javier Díaz Gil
20-21 de mayo de 2015

5 comentarios:

Iñaki Túrnez dijo...

Todas las Artes van de la mano. Si Klimt estuviera entre nosotros encontraría el modo de plasmar el sentido de tus poemas en un lienzo. Sería algo así como elevar el Arte al cuadrado.
Enhorabuena por el poema, Javier. Un abrazo.

Iñaki Túrnez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Javier Díaz Gil dijo...

Querido Iñaki, muchas gracias. Eres muy generoso. ¿Cómo sería un cuadro de Klimt de un poema mío? Sería inimaginable. Gracias por tus comentarios y por tu compañía, amigo.
Javier

Amando García Nuño dijo...

Quizá. Aunque no estoy seguro de que esas únicas certezas también las tengamos confiscadas. Puede que sea más esperanzador conservar la belleza en la luz de los ojos, como él.
Abrazos, siempre

Javier Díaz Gil dijo...

Esas, al menos, eran las certezas que él tenía. Que no son malas certezas.
Quedémonos con la belleza, que está siempre en los ojos del que mira.
Un abrazo querido Amando
Javier