En 1963 recorrió algo más de mil kilómetros
en un Austin color azul,
la distancia que separaba su monasterio en Hue
de la ciudad de Saigón.
Thich Quang Duc roció su cuerpo con un líquido inflamable
la mañana del 11 de junio.
Mientras ardía su carne no emitió señal alguna de dolor.
Inmóvil, el fuego era luz de rebeldía frente al poder.
La comunidad incineró sus restos tras su muerte.
su corazón quedó intacto.
Miro ahora, medio siglo después, -el dictador caído-,
el Austin azul en Hue,
sus faros interrogándome,
recordándome el futuro.
(Pagoda de Thien Mu, Hue)
Javier Díaz Gil
27/09/2015
Creo que, como la mayoría de nosotros, había visto ya esa fotografía. Pero hasta este momento no conocía realmente la historia de ese monje. Lo imagino conduciendo su Austin azul durante mil kilómetros, con ese mismo gesto impasible con el que recibe las llamas de su muerte.
ResponderEliminarAlgunos poemas tienen la virtud de despejarnos los sentidos. Algunos poetas tenéis la virtud de abrirnos el alma.
Gracias, Javier, y bienvenido.
iñaki
Muchas gracias querido Iñaki, por tu largo y atento comentario. Hay instants que son necesarios mantener en la memoria y escribir un poema es no olvidarlos.
ResponderEliminarUn abrazo grande amigo.
Javier
El tiempo, esa universidad cotidiana, acaba por demostrarlo: los dictadores caen, la luz (especialmente la que desprende el fuego) permanece.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Querido Amando, y en eso estamos lo poetas también: intentando seguir dando luz al tiempo.
ResponderEliminarun abrazo, poeta
Javier