martes, 11 de marzo de 2008

La casada infiel: Federico García Lorca

Federico García Lorca (derecha) hacia 1928.

El pasado domingo 9 de marzo de 2008, asistí a un espectáculo dentro del XVII Festival de música antigua y sacra de Getafe, llamado "Coloquio poético musical" atraido por los poetas de los que se iban a leer poemas (Lope de Vega, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Rosalía de Castro, Alfonsina Storni, Rafael Alberti, Gabriela Mistral, Rubén Darío…) y por las voces de dos grandes actores españoles que los leerían: Manuel Galiana y María Jesús Valdés.

Fue memorable. Recomiendo el espectáculo con el piano de fondo interpretando (Sonia Rivas-Caballero) las melodías de compositores como Manuel de Falla, Enrique Granados, Antón García-Abril, Joaquín Rodrigo, Isaac Albéniz, Ariel Ramírez…

Pero quizá lo que más disfruté fue la lectura de Manuel Galiana del maravilloso poema de Lorca "La casada infiel". Volver a escuchar versos e imágenes tan difícil de superar y tan del mundo lorquiano como: "Se apagaron los faroles / y se encendieron los grillos. / En las últimas esquinas / toqué sus pechos dormidos, / y se me abrieron de pronto / como ramos de jacintos."

O estos otros: Sus muslos se me escapaban / como peces sorprendidos"


Merece la pena volver a leer este poema, incluido en su libro "Romancero Gitano" de 1928, cuando el poeta contaba 30 años. Un romance (sus octosílabos son pura música) tan sensual, tan lleno de imágenes, como decía antes, inolvidables ("Sucia de besos y arena...").


La casada infiel

Y que yo me la lleve al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua me
sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la lleve del río.
Con el aire se batían las
espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
...........

(Puedes leer otra entrada en este mismo blog sobre Lorca publicada en julio de 2007 en "Federico García Lorca")

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