lunes, 21 de mayo de 2007

Jaime Gil de Biedma


Aún no había hablado de otro poeta imprescindible, Jaime Gil de Biedma.
Decía Gil de Biedma que la poesía no era tan difícil pues alguno de sus mejores poemas los escribió con alguna copa de más. Poeta bohemio, perteneciente a la generación del 50, una generación amante de la poesía pero también de la diversión. Integrante del grupo de Barcelona es quizá uno de los poetas que más ha influido en las generaciones posteriores.
Nació en Barcelona en 1929. Sus padres, vinculados al sector financiero y a los negocios de Ultramar, que se habían establecido en la ciudad procedente de Castelló. El pequeño Jaime pasó la Guerra Civil en Nava de Asunción (Segovia).

Cursó el Bachillerato en el Instituto Luis Vives, en Sarriá, y su primera juventud estará marcada por los veranos en Castelló y la vida burguesa barcelonesa: veladas en el Liceo, natación, tenis y equitación en el Club de Polo.

En el año 1946 ingresa a la Facultad de Derecho y entra en contacto con Carlos Barral, Joan Reventós, Alberto Oliart y Antonio de Senillosa. Conoce también a José María Castellet que lo introducirá en la corriente denominada "realismo crítico".

Desde 1955 trabaja en Tabacos de Filipinas. Primero como miembro del equipo de la Asesoría Jurídica, y posteriormente como asesor personal del presidente de la multinacional, Manuel Meler.

Enfermo de SIDA, muere en Barcelona el 8 de enero de 1990.

Su trayectoria como poeta había terminado muchos años antes, puede ser porque la vocación literaria dejará paso a la pasión por la lectura, o puede porque como el mismo va a decir: "yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema..."
Vivió 59 años, 50 años intensos, diría yo.
Pero como decía antes, Gil de Biedma es otro poeta imprescindible.
Sólo tenéis que leerle. Os dejo aquí para ello alguno de sus poemas que confío despierten la necesidad de seguir conociéndole.
NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

"Poemas póstumos" 1968

VALS DE ANIVERSARIO

Nada hay tan dulce como una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,
fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo,
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,

si no es esta ligera sensación
de irrealidad. Algo como el verano
en casa de mis padres, hace tiempo,
como viajes en tren por la noche. Te llamo

para decir que no te digo nada
que tú ya no conozcas, o si acaso
para besarte vagamente
los mismos labios.

Has dejado el balcón.
Ha oscurecido el cuarto
mientras que nos miramos tiernamente,
incómodos de no sentir el peso de tres años.

Todo es igual, parece
que no fue ayer. Y este sabor nostálgico,
que los silencios ponen en la boca,
posiblemente induce a equivocarnos

en nuestros sentimientos. Pero no
sin alguna reserva, porque por debajo
algo tira más fuerte y es (para decirlo
quizá de un modo menos inexacto)
difícil recordar que nos queremos,
si no es con cierta imprecisión, y el sábado,
que es hoy, queda tan cerca
de ayer a última hora y de pasado

mañana
por la mañana...

IDILIO EN EL CAFÉ

Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos -qué latido
de la sangre en los párpados- y el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada. Pesan las pestañas.

No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?
La tarde nos empuja a ciertos bares
o entre cansados hombres en pijama.

Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio
arriba, más arriba, mucho más que las luces
que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.
Queda también silencio entre nosotros,
silencio
y este beso igual que un largo túnel.

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