Jorge Alonso (editor, ediciones Agoeiro), Juan Calderón y Javier Díaz Gil |
FE DE VIDA
“Paisajes interiores”, este libro que el lector tiene en sus manos es algo más que un antología poética. No es solo una selección de poemas de la obra publicada e inédita del poeta Juan Calderón Matador. A lo largo de estas páginas, en cada uno de los poemas, se nos ofrece una verdadera declaración de fe de vida. “Este soy yo”, nos podría estar diciendo antes de cada poema, “este soy yo”, nos repetiría al final de su lectura. Asomarnos a estos paisajes interiores es asomarnos al corazón del poeta.
Un paisaje es un espacio físico, un territorio que puede ser observado desde un determinado lugar, dice el diccionario de la RAE. La expresión “paisajes interiores” es un oxímoron, a estos paisajes que no son un lugar no podemos asomarnos si no es a través de los ojos, el corazón y la memoria del poeta. Estos diez paisajes en los que está dividido el libro son un espacio común donde reconocernos y encontrarnos. Recorriendo junto al autor estos diez territorios, recorreremos una vida. Observo el orden de los paisajes y no puedo sino pensar en la sensación de ascenso, de elevación de los temas tratados que nos propone Juan Calderón, no solo desde un punto de vista cronológico, con los poemas de infancia iniciales y los finales de madurez, sino también un camino de ascenso, de culminación de etapas, como definiera el psicólogo Maslow en su clásica ya pirámide de los cinco tipos de necesidades humanas. En esta jerarquía de necesidades sólo se puede avanzar en la vida una vez planteadas y resueltas las necesidades inferiores. Obviando la base de la pirámide que plantea Maslow de necesidades más básicas, las fisiológicas (alimentación, respiración, descanso), apuntadas en los poemas iniciales vamos ascendiendo junto al poeta por este camino, paisaje a paisaje. La siguiente etapa, de seguridad y protección, (la seguridad física, la salud, la familiar, el entorno) están presentes en los paisajes I. La madre y II. La familia. Un tercer escalón, el de la afiliación (las necesidades de pertenencia, aceptación, afecto, intimidad…) se plantean claramente en los paisajes III. La sexualidad, IV. Las heridas y V. Lo onírico. El escalón siguiente, el del Reconocimiento (las necesidades de autoestima, el respeto, la confianza, la libertad…) ocupan los paisajes VI. La traición, VII. El destino y VIII. La amistad, el amor. Y la cima de la pirámide, finalmente, la etapa de autorrealización (la moralidad, la creatividad, el éxito, la plenitud) están en los poemas de los paisajes finales, el IX. La madurez y X. La culpa. En este último apartado los poemas adoptan un tono social y de denuncia, donde lo moral es una toma de conciencia ante la injusticia, ante el silencio de los poderosos.
No es difícil que el lector se sienta cómplice del poeta, no es difícil que el lector sienta que en cada poema pueda decir, “este también soy yo” pues estos poemas, los más íntimos de Juan Calderón, son también testimonio de los temas más recurrentes de su poesía. Escritos en un lenguaje sencillo, en un tono narrativo y en casi todo momento confesional, son en esencia, pura verdad. “Un poema sin verdad no vale nada”, decía el poeta Joan Margarit. Y es el testimonio de la verdad, la razón fundamental de esta selección de poemas.
Por eso la verdad está ya en el primer poema del primer paisaje, “Hombre sin amarras”, “No es fácil este gesto”, es el primer verso, y es una declaración de intenciones, “ha llegado el tiempo (…) de transitar mis íntimos paisajes”.
El fondo se complementa con la forma: el oficio del poeta está presente. El ritmo de los poemas se apoya en la sucesión de versos impares que constituyen las estrofas de silva libre impar, el uso de figuras estilísticas como las anáforas, los paralelismos, dotan de musicalidad a los poemas y fluye con naturalidad la narración. El uso de imágenes, metáforas, de símbolos como el agua y las aves que simbolizan la vida y la libertad y el tiempo de la felicidad, son frecuentes y constituyen el lenguaje poético de Juan Calderón. Más adelante mostraré algunos ejemplos. Quiero detenerme ahora en cada paisaje, someramente.
Esta antología, lo decía al principio, es una muestra voluntaria fe de vida. Y esa vida se manifiesta en cada sección.
Es La Madre, el paisaje inicial, el que más poemas ocupa en el libro. 17 en total, lo que nos muestra el peso de su figura en la biografía de Juan Calderón. El tono narrativo que recorre el libro se hace quizá más presente en esta parte con dos personajes principales, la madre y el niño y los adjetivos que califican a los personajes en los títulos de los poemas definen a los personajes: mujer rota, mujer en la cocina, triste, sumisa… Niño soñando caricias, talado, sin miedo… Poemas en los que aparecen palabras y temas que se repiten a lo largo del libro: el fracaso, el dolor, la mentira, la soledad, el silencio… Descubrimos, como ocurre en un buen relato (no en vano Juan Calderón también es escritor de narrativa) los puntos de giro que sostienen este primer paisaje: el matrimonio, el desengaño, la separación, el niño ya sin miedo por la protección de las mujeres de la familia, el seminario (la traición y envidia de los compañeros), el paso del tiempo, la muerte de la madre, la ausencia.
En el paisaje II, La familia, se desarrolla lo apuntado en el poema “Mujeres por doquier” del paisaje I, justo homenaje a las mujeres que formaron su familia: la abuela Antonia, la tía Guadalupe, sus primas, Maribel y Antonia. Son especialmente hermosos los poemas dedicados a la abuela Antonia, cito estos versos como ejemplo:
“A lo lejos,
la voz de abuela Antonia
dialoga con las aves,
les recita los nombres de todos los que fuimos.”
La abuela Antonia es refugio, consuelo contra la tristeza.
En esta sección destacan dos poemas dedicados al padre ausente, que son esperanza y necesidad de perdón, de reconciliación.
Los paisajes que siguen van desarrollando temas apuntados en paisajes anteriores. Así, este paisaje III, la sexualidad, se anunciaba en el poema del paisaje I, “Niño esperando cariño” donde podíamos leer: “(…) y el sexo que irrumpía misterioso, / se decidió mi porvenir impuro. / Acepté mi destino.”
La verdad, decía, es el leit motiv de este libro, y el tono confesional aflora en estos poemas de este apartado. Están presentes el dolor, el sentimiento de culpabilidad en un principio, la conciencia y la asunción natural de la homosexualidad: “pero no amaba como todos”, “me digo que no hay nadie / que ya pueda impedirme / tomar la mano amada y pasear.”…
Hay algunos ejemplos de poemas que toman la forma de un diálogo, en esta parte encontramos “Eco de niño para voz de hombre”, uno de los poemas más largos del libro en el que recomiendo detener con mimo la lectura, donde el adulto del presente habla con el niño de la fotografía que fue. “Yo soy el que serás”. Y añadirá el adulto:
“El amor es bendición del cielo
y no importan los géneros, los nombres,
los ritos ni el color,…”
El paisaje IV, es el dolor. Conecta con lo apuntado en los primeros poemas del libro. Quizá la palabra dolor sea una de las que más se repiten en esta antología. Y este dolor se muestra a través de las heridas, se muestra en cada uno de los diez poemas (otra sección más extensa que el resto) que marca el peso y el interés del poeta en esta parte: la soledad, los amigos que te traicionan, el sexo escondido y sin amor que hiere, la depresión… Pero surge también el testimonio de la necesidad de cicatrizar la herida por el amor y dejar atrás el dolor: “…era necesario descender / para mirar tu rostro y comprenderlo”.
Lo onírico, el paisaje V, nos lleva de la mano a los sueños y a los deseos: “crear de la nada que ahora somos / un mundo de ternuras”. Nos acerca a la impotencia de acercarse al amor heterosexual, “la mano extendida inútilmente”, el tema del amor heterosexual incumplido en poemas de este paisaje que conectan, en ese juego de vasos comunicantes que nos plantea Juan Calderón en el libro, con el poema “Lo que nunca fue” del paisaje III cuando nos dijo “No pude amarla entonces, / ahora sé porqué”. Aparece en esta sección el símbolo de las aves como metáfora de la memoria: “fuiste paloma protegida”. Pero también aluden a la libertad, en el poema “Alas te invento”: “Porque quieres volar alas te invento”. Cierra lo onírico con un poema diálogo en el que el poeta habla con la personificación del sueño, tema que nos lleva a otro Calderón, Calderón de la Barca, donde “los sueños, sueños son”. Dice el sueño en el poema de Juan Calderón: “¿no te dijeron nunca que el sueño es mentiroso?”
Desgranar este libro es ascender, como dije, un camino de vida. Y alcanzamos un momento vital terrible, con una de las partes más breves, cinco poemas bastan, la del paisaje VI. la traición. La experiencia de la traición, anunciada ya en poemas como el titulado “Destino, el seminario” del paisaje I, entonces representada en la traición y envidia de los amigos que luego fueron curas, y que ahora, en esta sección, se tiñe de traición amorosa, de abandono. De nuevo el dolor, el silencio, “la casa muerta”, el insomnio, los días repetidos… “Es otra noche más de ausencia”, esa ausencia que es “un buzón deshabitado” donde aún puede caber la esperanza. Significativo el poema final, “Soledad fiel” donde la soledad se vuelve compañera donde el poeta “le inventa nombres propios”.
Esta travesía del desierto de la traición desemboca en el paisaje VII. el destino. Un bloque importante, de doce poemas. El primer poema de esta serie “Deshielo” (de nuevo la metáfora del agua) en un tono testimonial va recorriendo el invierno mes a mes: enero, febrero, marzo… dejando atrás el dolor, la depresión, saludando el regreso del amor. Nos anuncia aquí lo que luego se hará más extenso en el siguiente paisaje, el amor y la amistad. Mirar de frente el destino es mirar también de dónde viene el poeta y lo que ofrece al ser amado.: “de un lugar que huele a monte (…) un pequeño aleteo de cigüeñas (…) hojitas de olivo…”. El amor se anuncia como el camino seguro por el que transitar y huir del incendio y las pavesas. Un destino que es lugar donde cimentar la confianza en sí mismo, la aceptación y afirmación de la sexualidad frente a los demás. El poeta lo expresa en estos versos del poema “Certeza”:
“Frente a mi desnudez tengo la tuya
(…)
sólo tú, yo y el semen intranquilo.
Somos (…)
dos hombres enlazados
sin que el rayo nos pueda ya importar”.
El destino es aquí el amor que se anuncia y también el sexo como territorio de la felicidad. Con imágenes tan líricas como “Tú me tejes los días / con las hebras de mosto de tu pubis”.
Y en este momento, es el poeta, desde la madurez y la experiencia el que le habla al amado, el que sabe cómo salvar el amor: “no escuches a los otros, no les hables”.
Si sumamos los doce poemas anteriores a los seis del siguiente, el paisaje VIII, “La amistad-el amor”, estamos ante la temática más extensa del libro. La apuesta de Juan Calderón por el amor por encima de todo es clara. El amor que hacia el final del libro se va imponiendo, como certeza, como pilar vital que nos sostiene en pie y nos hace elevarnos, que nos hace vivir y seguir caminando. Esta sección se inicia con “Amistad”, uno de los poemas más bellos dedicados a este sentimiento que es un hito fundamental del libro en esta reivindicación palpable de dos términos tan íntimos como el amor y la amistad. Decía Emily Dickinson que “todo mi patrimonio son mis amigos”. Estos poemas sobre el amor y la amistad nos demuestran en este paisaje que son también el patrimonio del poeta. El peso específico de esta sección está también en la presencia de poemas más largos, los cinco siguientes, divididos en partes: Distancia, Pájaro viajero, Días de ausencia, Sentir tu amor y Perlas en el Sena. ¿Qué significan estos poemas más largos? La respuesta es clara: existe en el poeta la necesidad de detenerse, demorarse en el sentimiento amoroso y declarar su amor: “Mi corazón no hace preguntas, / tan solo está esperando que lo ocupes.”, existe un deseo claro de amor y permanencia. No faltan versos eróticos con aire lorquiano, tan queridos por Juan Calderón, que el lector hallará: “Me dejas en los labios / la rosa de tu aliento,”.
Estamos ya culminando el camino con los dos últimos paisajes que son signos de plenitud y de toma de conciencia. En la toma de conciencia se centra el paisaje IX. la madurez. Tiempo de mirar atrás y reconocerse y de plantear en los tres primeros poemas un tema delicado apuntado en el paisaje IV y en el VII, la depresión. Nos dirá ahora: “Me inoculó el veneno de los miedos, (…) / y con hambre de jíbaro / me dejó reducido a casi nada.”. Juan Calderón, valiente, nos cuenta su experiencia, la hace visible, la normaliza para confesarnos que se marcha la depresión pero quedan sus heridas y que en ocasiones -recuerda en unos versos a Alfonsina Storni- cruza por la mente la idea del suicidio y afirma que no hay salida. Pero hay una forma de enfrentarse a la depresión, frente a ella la respuesta es una sonrisa: “una sonrisa de repuesto / y un ‘me niego / a dejarme vencer por tantos lutos`”.
En este paisaje IX está la madurez y están las certezas que se alcanzan: las ganas de seguir aprendiendo, la inutilidad del ego, las poesía como refugio y está lo planteado en el delicioso poema “Comodidad del equilibrio”, donde la vida es como un columpio: es una suerte de equilibrio y es la necesidad de no dejar el balanceo, no abandonar el vuelo a pesar de las habladurías.
Este libro, no nos olvidemos, es una fe de vida e implica un ciclo vital completo, por ello, era necesario y coherente cerrar esta antología con el paisaje final, el X. la culpa. Son los poemas sociales, la toma de postura ante la desigualdad, ante el sufrimiento. Aquí nos interpela el poeta declarando sus principios y pidiendo que el lector también tome partido.
“Y cómo resistir tanto veneno,
tantos niños comidos por el hambre,
tantas mujeres humilladas,
tanto odio en los ojos,
tantos manos hundidas en el cieno…”
Y por eso vuelve a surgir la idea de Dios y la religión, la que se anunciaba en el paisaje I en el poema del seminario, pero esta vez para recriminarle al mismo Dios la injusticia: “Dios, que tienes mil nombres, (…) / reparte bien tus dones a lo largo del mundo”. Ante tanta desgracia, el poeta nos pide que gritemos juntos “el nombre del ahogado”. Y nos muestra a los niños, los más indefensos, que nos lleva pensar en el propio poeta y en los primeros poemas de su infancia dura, y los retrata con imágenes tan bellas y terribles como “niño sin flores en los ojos”. A esos niños inocentes que dedica un poema tan conmovedor como “Niño sin zapatos”, un poema lleno de preguntas, como ésta, que debemos responder cada uno de nosotros:
“¿Dónde está vuestra culpa
si no tuvisteis tiempo todavía
de perder la inocencia?”
Y su afán es también denunciar el odio, la guerra… La guerra de Ucrania, hoy, en el poema “Miedo a la Z”, la Z, símbolo del ejército ruso pero que bien podría ser símbolo de final, de muerte, representada en esa última letra del abecedario. La guerra de Ucrania, hoy, las que fueron y las que pueden venir. La guerra de Ucrania también objeto del poema “Febrero, veinticuatro”, fecha en que comenzó la invasión rusa en 2022.
Vuelven a estos poemas del paisaje final los temas iniciales: la pena, el dolor, la injusticia. Pero el lector convendrá conmigo en que hemos recorrido en este libro un camino del yo interior al nosotros. Del yo poético al del conjunto de la sociedad. El dolor, la pena, la injusticia son de todos. A todos nos atañe.
Por ello, el poema final del libro busca el compromiso, la toma de conciencia del lector, “Yo me acuso” es el deseo del poeta para que el poema sea un espejo donde mirarnos, que la guerra, el hambre, la injusticia no nos sean indiferentes.
“Hoy me miro de frente y me sonrojo” es el verso final. El poeta nos está interpelando. Todos nos miramos de frente al espejo y nos sonrojamos.
El fondo se complementa con la forma. Lo dije antes. Podríamos detenernos en cómo la maestría de Juan Calderón nos cuenta las cosas: el ritmo que consigue con las anáforas: “¿Cómo iba yo a pensar…? / ¿Cómo iba yo a saber?” (en “Destino, el seminario”), o en esa repetición del “Había..” de tono melancólico en el poema “Agonía de las estaciones” por citar dos ejemplos. El uso del epifonema con ese caracter sentencioso de cierre del poema: “¿Y el grito para qué / si sabes que estás solo?” (del poema “Y Para qué gritar”)…o el uso de la enumeración: “el ficus benjamina, (…) / las fotos que rompiste (…) / el primer disco que compramos…” (en “Contraluz”).
El lector irá encontrando muchos más ejemplos a lo largo del libro.
Pero hay algo que no quiero dejar de nombrar antes de cerrar este prólogo. Los dos símbolos que comenté al principio de este texto y que por su uso prolongado a lo largo de los poemas adquieren categoría de alegorías: las aves y el agua. Las aves, símbolo de vida y de libertad pero también de los tiempos felices. “Las esquivas aves del recuerdo” (en “Recuerdos”), “la voz de la abuela Antonia / dialoga con las aves” (en “Abuela Antonia”), “…te pedía / que llevaras palomas en los hombros” (en “Antonia”), “Tú, que fuiste paloma protegida” (en “Paloma protegida”), “Porque me pones alas / (…) dejo de sentirme pájaro” (En “Amistad”).
Pero es el agua la alegoría más recurrente y querida en Juan Calderón. El mar, la abundancia del agua y los ríos son símbolos de plenitud y alegría, frente a la sed y sequía que lo son del dolor y la tristeza: “Has dejado que el mar / se te escapara por los dedos” (“Mujer sumisa”), la plenitud del agua que no desemboca, como en Lorca, en este “Tengo un mar interior / con aguas putrefactas” (“Pasen y sean”), “Rebosantes de dicha sus aljibes” (“Cuando la envidia hiere”), “Y me adentro en el polvo / en busca de las aguas” (“Llamada”), “Esta es la noche y este es el minuto / para invocar al mar” (“Tiempo de yodo y sal”), “Desciende un río manso de caricias” (“Un ser de luz”). “Y la sed instalada en nuestros labios” (“Nombre”), “un niño (…) / liba un pecho tan seco como el erial que enmarca…” (“África llora, en Madrid llueve”).
Estos paisajes interiores están surcados por aves y agua, están mostrando la carne y el hueso, el dolor y la ausencia pero también la alegría y el amor. Estos paisajes interiores son Juan Calderón diciéndonos en cada poema “Este soy yo”. Estos paisajes interiores están habitados por la verdad.
“Un poema sin verdad no vale nada”, decía el poeta Joan Margarit y también afirmaba que “una buena persona es quien dice la verdad”.
Estimado lector, estoy de acuerdo con Margarit. Porque Juan Calderón Matador responde a esas dos afirmaciones. Es, a la manera machadiana, “en el buen sentido de la palabra, bueno”, Juan Calderón es buena persona y poeta bueno, imprescindible.
Y estos “Paisajes interiores” lo demuestran.
Javier Díaz Gil
29 de julio de 2023
Algunas imágenes de la tarde:
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