(Foto de Gret Stern: Borges hacia 1951)
Jorge Luis Borges (1899, 1986): La ceguera y los dones
En el año 1955, con 56 años y ya ciego, a Jorge Luis Borges lo nombran director de la Biblioteca Nacional argentina. Puesto que ocuparía durante 18 años, hasta los 74 años de edad.
Él identificaba el Paraíso con una gran Biblioteca.
Ayer viernes, 24 de junio de 2012, compartí cena con amigos escritores y escuchaba al novelista y amigo Alberto Torres leer un relato en el que, entre otras cosas, hablaba de Borges y de cómo decidió morir en Ginebra, en Suiza, y no en Argentina, para que su agonía no fuera un espectáculo nacional.
Y recordé la gran contradicción de su vida: entrar en su paraíso cuando no le era posible ya leer sus libros.
Borges tenía una enfermedad hereditaria que fue dejándole poco a poco ciego.
Recojo el siguiente texto de Wikipedia donde se hace referencia a ese episodio de su vida:
Tras un golpe militar —denominado Revolución Libertadora— que derrocó al gobierno peronista, Borges fue elegido en 1955 director de la Biblioteca Nacional, cargo que ocuparía por espacio de 18 años.
(...)
Tras varios accidentes y algunas operaciones, un oftalmólogo le prohibió leer y escribir. Aunque aún distinguía luces y sombras, esta prohibición cambió profundamente su práctica literaria. Borges se fue quedando ciego como consecuencia de la enfermedad congénita que había ya afectado a su padre. El hecho no fue repentino («Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo»),29 sino que más bien se trató de un proceso; como fuere, esto no le impidió seguir con su carrera de escritor, ensayista y conferencista, así como tampoco significó para él el abandono de la lectura —hacía que le leyesen en voz alta— ni del aprendizaje de nuevas lenguas.28 El haber sido nombrado director de la Biblioteca Nacional y, en el mismo año, comprender la profundización de su ceguera fue percibido por Borges como una contradicción del destino. Él mismo lo relató en una conferencia dos décadas más tarde: «Poco a poco fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos. Yo siempre me había imaginado el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Ahí estaba yo. Era, de algún modo, el centro de novecientos mil volúmenes en diversos idiomas. Comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos. Entonces escribí el Poema de los dones»:30
Narrador extraordinario pero también magnífico poeta, Borges nos habla de este hecho en este poema de los dones. En endecasílabos perfectos nos descubre la contradicción a la que aludía al principio de esta entrada y nos muestra ese otro juego favorito de Borges, el de los espejos. ¿Quién es el que camina en el laberintode libros? ¿Él o el otro?
Os dejo aquí el texto del "Poema de los dones" y a continuación un enlace de Youtube en el que podréis escuchar al propio Borges leer el poema y decir antes unas palabras con las que nos recuerda las circunstancias en las que fue escrito.
Disfrutadlo.
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Jorge Luis Borges
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