SALFroto las yemas de mis dedos
-mis dedos pulgar e índice,
ajenos a mí,
se acarician-.
Hay restos de sal-refugio
en mis huellas dactilares.
El perfecto ladrón no deja huellas.
Pero siempre deja huella lo robado.
© Javier Díaz Gil31 de julio de 2010
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